10 de septiembre de 2010

Él y ella III (Desencuentro y final)

Repasó la escena en su memoria una y otra vez. Cada detalle, cada palabra, cada tono de voz. No olvidaría nunca ese momento. Pensó, repensó y siguió recordando obstinadamente cada segundo de las últimas horas, intentaba hilar los hechos de alguna manera, saber cómo llegó a ese punto.

Cómo pasó el tiempo, ella nunca lo supo. Si se dio cuenta de las similitudes de su pasado con la situación actual, nunca lo dijo.

Ella simplemente actuaba, había dejado de pensar la fría mañana en que aceptó ese café. Por costumbre o anestesia, el dolor ya no se hacía sentir. Comenzó de repente a darse cuenta de que no pasaba noches en vela, no desesperaba si el teléfono se obstinaba en el mutismo. La urgencia de los primeros reencuentros se fue convirtiendo poco a poco en una rutina. Una rutina que no le molestaba, ni la emocionaba, simplemente se cumplía. Ella sabía que él ya había probado el sabor del castigo y no le había gustado su condena. Solía parecerle divertido, el victimario convertido en víctima, pero ya apenas si le sacaba una sonrisa malvada.

Él sabía que la estaba perdiendo, que ella finalmente había llegado al límite de cuánto lo quería en su vida. Él sabía que ella ya no sufría si no llamaba, que ya no lloraba si no podía decirle que la amaba. Él sabía que ya era tarde para volver a emocionarla. Sabía que era lo justo, que no podía pretender volver y recuperar ese amor eterno e inmutable. Ella había cambiado, y eso era culpa de él.

- Vos no me amás – Dijo él una tarde. No era un reclamo, ni siquiera una pregunta, era una simple afirmación.

- ¿Perdón? ¿de dónde sale ese planteo de noviecita ofendida?

- No es un planteo, es la realidad. Te lo estoy informando porque parece que vos no te diste cuenta todavía.

Ella estaba anonadada, vislumbró un dejo de dolor en sus ojos y decidió que no merecía la más mínima condescendencia.

- Te amé. Te amé demasiado.

- Lo sé. Pero eso no significa que lo sigas haciendo. – respondió él y se puso de pie.

Recordó cada detalle de esa conversación. Hablaron por horas. Recordaron juntos cada principio y cada final. Rieron juntos de cada pelea ahora insignificante, de cada agresión premeditada. Lloraron juntos las últimas lágrimas que les dejaba esta historia.

No. No era justo. Pero ambos sabían que ya no había más nada que hacer.

Horas después ella seguía sentada en el mismo lugar. No recuerda en qué momento se hizo de noche ni sentía la necesidad de moverse. Él, mientas tanto, había pasado horas dando vueltas por la ciudad y ahora se dirigía a su casa y cada canción se hacía eco con sus recuerdos.

Antes de quedarse dormida ella pensó por última vez en cuánto lo había amado y lo imposible que era separar ese amor de tanto dolor.

Él pensó por última vez en cuanto habría deseado poder quererla cuando todavía era tiempo y se dio cuenta que no podía ofrecerle ahora lo que siempre se había negado a dar.

Inexplicablemente, ambos esbozaron la última sonrisa compartida y durmieron sabiendo que ya no quedaba más que el dulce recuerdo de ese amor tan lleno de desencuentros y en el que ya nada quedaba por contar.

2 comentarios:

Fernanda Sandoval dijo...

¡Qué lindo texto! Felicitaciones.
Un beso.

Sandra S. dijo...

The end.